PASOS...

Mientras camino en la senda de la vida encuentro en cada detalle de la misma, la presencia de nuestro señor.

A medida que los años se hacen más largos en la existencia diaria y por ende las experiencias vividas como ser humano se acrecientan con cada día que pasa; tengo que dar fe de la fuerza que ha llenado mi corazón por siempre.

Cuando niño, recuerdo las plegarias inculcadas por mi madre, en las que me enseñaba a pedirle a Jehová nuestro Dios; por los detalles que llenaban mis días, y que iluminara en su gracia a los que me rodeaban. De esta forma se disipaban mis temores infantiles normales en cada niño, y más; en el momento de dormir arrullado por el canto enternecedor de mamá; sabiendo que mis sueños eran bien guardados por alguien que aunque no veía; lo sentía conmigo.

El tiempo pasaba y mientras aprendía a leer y escribir, como parte de mis libros escolares; recuerdo uno muy especial para mí, cuyos pasajes quedaron grabados en mi mente, toda la vida. Tan lleno de hojas delgadas, hasta el punto que temía romperlas al tocarlas; así llegue a pensar, que nunca terminaría de leerlo, con su cubierta empastada en un cuero que en algún tiempo debió ser chocolate oscuro pero de tanto usarlo se tornaba raído y de oscuro solo le quedaba el nombre; con ese olor característico del cuero viejo. Empece de esta forma a conocer las sagradas escrituras; el libro que ha maravillado a la humanidad entera, ya que su influencia ha traspasado fronteras geográficas y de tiempo. Muchas veces me sumergía en la lectura de algunos de los pasajes encontrados en ellas, y a pesar de las enseñanzas recibidas de personas versadas en las mismas; mi mente juvenil las interpretaba de forma soñadora y simple. Es en ese entonces cuando decido buscar una guía que me permitiese entender lo que leía, ya que muchos pasajes se tornaban prácticamente incomprensibles para mi entender de ese entonces. Aunque no lo crean; siempre como todo adolescente inquieto me dedique conocer el mundo que me rodeaba, tanto así que al pasar unos cuantos años y en plena adolescencia; tuve la oportunidad de encontrarme conmigo mismo en una de mis tantas incursiones a las montañas; para ser más exacto, entre solo por un sendero que conduce de Las Margaritas de Chepo en Panamá, hacia el río Mandinga; rumbo a la vertiente del océano Atlántico por las costas de San Blas. Por primera vez en mi corta existencia; logre la comunión más hermosa con Dios, la naturaleza y mi persona, a mis cortos 18 años.

Contento y deseoso de superar el escollo que se me presentaba, un viejo y destartalado autobús me dejo a la orilla de la carretera Panamericana; inmediatamente me puse en marcha, con una mochila cargada con provisiones y ropa para cuatro días, mi cantimplora con agua, un machete y las ganas de vivir mi aventura. Eran casi las ocho de la mañana cuando empece a dejar tras de mí los últimos vestigios de civilización; un hombre de campo, paso a mi lado y con tono amistoso me saludo, viendo mi indumentaria pensó quizá que pertenecía a la guardia nacional de ese entonces, y solo atino a decirme; joven tenga cuidado... si va para la montaña; el tigre ha estado matando ganado últimamente, me deseo suerte y yo le di las gracias; ambos seguimos caminos opuestos solo escuchaba el canto de las aves y el frescor matinal acariciaba mi rostro, cuando empece a subir por una senda que penetraba mas y más en una selva muy tupida, el calor húmedo hacia que el sudor empapara mi cuerpo, pegando la ropa como si fuera almidonada, una nube de mosquitos me acompaño por un par de horas, pero al contemplar las maravillas creadas por nuestro señor, me deleitaba a cada paso; mariposas con los colores del arco iris iban y venían por doquier acompañadas del trinar de una gran variedad de aves que volaban a mí alrededor curiosas por mi presencia. El tiempo transcurría muy lentamente, los mapas que portaba en conjunto con una buena brújula me permitían saber que mi posición era la correcta y que en el transcurso de las horas había hecho un buen tiempo; a través del filo de una montaña en cuyos flancos solo divisaba la copa de los arboles, escuche entonces lo que menos esperaba, el rugido de un tigre, para mí fue como sí un grupo de alta voces amplificara el mismo; ya que retumbo a mi lado, ante los latidos de mi corazón juraría que si alguien estuviese cerca los hubiera escuchado; con una calma casi pasmosa saque mi machete y me senté en el camino; Encomendándome a nuestro señor, mientras los rugidos continuaban, realmente no sabia de que lado procedía pero empece a lanzar las piedras que estaban a mi alcance, hacia todos lados; escuche entonces bien abajo un ruido entre los rastrojos enmarañados; era el tigre, que con tanta piedra y gritos de mi parte salió en una huida estrepitosa; el silencio profundo que siguió me anunció que estaba a salvo. Un gran alivio volvió a mi cuerpo, proseguí mi caminar ya que la noche estaba por llegar, divise un árbol cuyas ramas altas me permitieron tender mi cama colgante con su respectivo mosquitero en forma de hamaca, a casi cuatro metros de altura me preparé a pasar la noche, solo; con la brisa que me refrescaba agradablemente y las voces nocturnas de uno de los bosques más poblados por especies animales de nuestro país, después de comer algo logre conciliar el sueño ya bien entrada la noche.

Me despertaron los gritos de unos monos aulladores cerca de donde estaba; eran casi las seis de la mañana y había dormido como una piedra; los primeros rayos de sol me indicaban que debía prepararme para seguir mi camino, así que recogí y seguí adelante; es impresionante como estos senderos los utilizan nuestros campesinos sin temor para entrar y salir de sus tierras; se delataban por algunas botellas vacías de gaseosas y restos de latas de la merienda utilizada en su camino para vencer la fatiga del viaje.

Un amanecer en la selva es único, los pocos rayos de sol que penetran el tupido follaje crean formas interesantes al reflejarse en la humedad perenne del entorno, dando la impresión de que bailaran al rebotar en las hojas húmedas de los arboles que mecidas por la brisa al pasar entre ellas emitían casi una música celestial. Eran casi las once de la mañana cuando bajando de una meseta no muy alta divise un claro como a quinientos metros, indicándome los mapas que me acercaba a un riachuelo no muy profundo; en efecto el mismo era de aguas cristalinas, logre darme un baño que me hizo sentir tan a gusto al tiempo que repuse nuevamente mi provisión de agua. Me dispuse a continuar viendo que adelante había un sendero casi libre de rastrojos, el comienzo de la montaña se divisaba como a un kilometro del lugar donde estaba; cuando de pronto una brisa fría estremeció mi cuerpo; las nubes oscuras en el cielo empezaron a tapar el azul del mismo y se movían en conjunto con el viento que azotaba sin piedad, una pertinaz llovizna casi bajareque comenzó a mojar todo a su paso; lo peor de todo para mí, es la percepción de que esto no era normal; ya que solo pasaba en mi entorno, pudiendo observar a quinientos metros de mí, el sol brillando y la naturaleza calma. Por primera vez en mi existencia puse a prueba mi fe en el padre celestial. Eleve una plegaria a nuestro Dios, jefe y señor de todos los ejércitos; saque de mi mochila mi antigua Biblia, aquella que les dije al inicio de este relato, todavía estaba conmigo. Tomándola contra mi pecho me arrodille elevando una plegaria a nuestro señor, único en ese momento que podría detener el mal que me rodeaba, mi piel se erizaba y solamente hice levantar ese pequeño libro orando con todas las fuerzas de mi corazón diciendo en voz alta: Oh Jehová tu que reinas en el mundo de lo visible y lo invisible mostrando lo bueno y lo malo a todo ser humano, demuéstrale a estas fuerzas oscuras que tratan de amedrentarme que estas conmigo; que todo ser humano tiene su alfa y omega y toda oscuridad tiene su fin ante la claridad en la vida de quien sigue tus pasos.

Inmediatamente el silencio reino en el lugar; alrededor ni una hoja se movía; levante los ojos al cielo y me toco presenciar la escena más maravillosa de que mis ojos puedan dar crédito. Se hizo un halo en lo alto del firmamento y pude observar el sol radiante con el azul del cielo como fondo; todas las nubes de tormenta empezaron a entrar por el centro del halo y así mismo desaparecieron junto con él; el día nuevamente resplandeciente quedo adornado por un singular arco iris que de principio a fin no dejaba de anunciarme con sus policromos colores; que la comunión entre Jehová y mi persona se había dado. Camine nuevamente, esta vez jubiloso de haber podido presenciar la fuerza de nuestro padre en un fenómeno que todavía hoy no logro explicarme; pero de algo estoy seguro, mi primer paso fue dado.

Ya casi a media tarde las coordenadas precisas en el mapa me decían que el punto donde debía desviarme hacia un poblado cuyo nombre CORPUS CHRISTI, estaba frente a mí, pero yo no veía ningún sendero visible ya que el bosque de galería en el que me encontraba estaba muy tupido; escuche el salomar de un campesino en lo alto de una loma y entonces procedí a llamarlo gritando tan alto como pude, entre mis gritos y su saloma nos acercamos poco a poco hasta que pudimos vernos cara a cara; el asombro del señor fue tal que las palabras no salían de su boca; una vez recuperados los dos nos saludamos y le explique mi situación, cual fue mi asombro cuando levanto su machete y señalándome con él mismo me dijo; oiga hijo el sendero lo tiene al frente levante esos rastrojos y pase. Realmente agradecido me despedí siguiendo la ruta señalada; a simple vista nunca la hubiera encontrado, prácticamente era un portón bien oculto por la misma naturaleza.

No tarde en encontrar el característico humo proveniente del fogón de leña de alguna cocina cercana, así fue, un grupo de niños fueron los primeros que se acercaron a saludarme con sus rostros teñidos por el polvo y sus pies descalzos; una bajada hacia un río al fondo era el marco de unas cuantas casuchas construidas como en nuestro interior algunas de paredes de madera ó de bambú con techos de hojas de penca; el acontecimiento de la llegada de un extraño es la novedad del día, generalmente en estos lugares apartados la persona de más alto rango es el maestro del lugar y ni corto ni perezoso pregunte por el mismo; la sorpresa me la lleve, cuando los niños me dijeron que los siguiera, llegamos a una casa construida igual que las otras solo que un poco más grande, un coro empezó a llamar; maestra, maestra tenemos visita, la puerta construida de madera rústica se abrió y salió una joven mujer de una sonrisa agradable; en su rostro pude ver el cansancio reflejo de trabajar en una área tan apartada del país. Las presentaciones de rigor no se hicieron esperar y la cordialidad con que me recibió dejo para mis adentros un agradable sabor. Me hizo pasar a su escuela que también era su casa, un piso de tierra muy bien cuidado y limpio era el aula principal y única; alrededor de las paredes se ubicaban una repisa hecha de bambú que servia de pupitre para los niños; cuando le dije a la maestra que me preparaba a pasar la noche en las afueras del poblado me invito a quedarme en la escuela, y no esta de más decirles, que se lo agradecí ya que pasaría una noche mejor de lo que pensaba. Una comida casera en ese momento fue un ofrecimiento que me hizo sentirme a las mil maravillas; mientras me acomodaba en una esquina del lugar, me llego un olor indicativo que estaban cocinando cerca; no demoro en aparecer la maestra con un plato en sus manos y así, con la sencillez del lugar en que me encontraba ver un plato de arroz con dos huevos fritos y plátano maduro, reactivo mis sentidos, que rico comí. Nos sentamos a conversar después de haber saboreado este manjar no esperado por mí; conversamos de todo un poco; de mi expedición a lo cuál ella me decía que para mi edad era muy peligrosa, y más estando solo; sus años difíciles de maestra en esta apartada región la habían hecho a pesar de su apariencia frágil; un ser de férreas convicciones tanto religiosas como morales, siendo esta la única forma de que un capitalino pueda adaptarse a vivir tan lejos de su familia, el amor a sus humildes estudiante y la esperanza de sacarlos adelante la inspiraba constantemente. Me comunico que había invitado a un grupo de residentes del lugar y al regidor del mismo para que pasaran más tarde, a conversar un rato. Caí en cuenta entonces que esa era la manera en que los lugareños se mantenían unidos, a falta de televisión, radio y el analfabetismo reinante entre los adultos, el reunirse a conversar era de lo que más gustaban.

Poco a poco a eso de las siete de la noche y alumbrados por la luz tenue de un grupo de guarichas de kerosene empezaron a llegar; aproximadamente un grupo de unas quince personas entre hombres, mujeres y algunos niños, sentados en unos banquillos en las afueras de la escuelita. La maestra empezó a presentarme a cada uno de los que ahí estaban, el regidor fue el primero y por último me presenta a un señor que inmediatamente sin saber por que me trasmitió una empatía natural, su voz serena su mirada profunda, de unos sesenta años con sus pies descalzos y ropa raída por el uso pero con un don de gente envidiable. Tomo la batuta inmediatamente uniendo al grupo en una oración pidiéndole al señor, por los que estabamos reunidos y dándole gracias por todo lo bueno que les había dado. Me sentí como una autoridad que llega a un pueblo y su gente le hace todo tipo de peticiones; luego saltaron los que nunca faltan, cuentos de apariciones en esas zonas alejadas de nuestro campo; creo que algunos trataron de meterme algo de miedo, entre las jocosidades que compartían unos con otros. Así pasamos un buen rato hasta que el señor que hizo la invocación a Dios al principio de la reunión se me quedo viendo y me dijo: Usted y yo sabemos por lo que ha pasado viniendo hacia acá; esa mirada profunda se clavo en mis ojos como si tratara de ver alguna reacción en mí; asentí con un movimiento de mi cabeza y él prosiguió, ya no se oía el retozar de los niños que jugaban cerca; todos callaron y al igual que yo quedamos prestos a escuchar al que me interpelaba. Levanto los brazos al cielo e invoco a Jehová y prácticamente le solicito que se presentara a nuestra reunión pidiéndole permiso para hablar en su nombre; se me hizo un nudo en la garganta cuando me dijo; joven, al verte no veo tu cuerpo material, sino; lo que transmite tu ser, bondad o maldad son llaves que abren las puertas hacia destinos diferentes, de la misma manera puedes hacerlo; mira a los que te rodean pero no uses tu visión normal, usa el sentimiento de tu mirada y pídele permiso a nuestro padre para que te deje asimilar lo que te digo.

Aleluya, aleluya dijeron los presentes, y la paz que se sentía en lugar era tal que el firmamento se corono con una luna llena brillante y esplendorosa, escoltada por miles de estrellas que en su titilar daban el marco a la seriedad del momento; en uno de los sermones más representativos de los muchos que he escuchado a través de los años; relato pasajes de la Biblia dándole la vida que cada uno se merecía, hasta el punto que cuando dijo: hermanos; Jesús nuestro señor ha hablado, la emoción se apodero de mí y por segunda vez en este viaje maravilloso me hinque y alabando a nuestro señor le di gracias por esta bendición.

Mis sorpresas aún no habían terminado, la noche había avanzado lo suficiente para despedirnos; y cuando así lo hice le di un abrazo diciéndole que nunca había conocido a nadie que hubiera leído las sagradas escrituras tan bien que las podía mentar sin leer siquiera, para guiarse; fue entonces cuando me dijo: Recuerda hijo, se ve con los ojos del alma, yo soy ciego y nunca aprendí a leer ni a escribir. Me quede mudo nuevamente y solo atine a decirle hasta pronto. Todos se fueron y solo quede con la maestra, la cual me dijo que podía dormir en una repisa de bambú que estaba en un cuarto detrás de la escuela. La noche paso rápidamente y el canto de gallos cercanos me anuncio que debía partir; la maestra me preparo un delicioso desayuno con tortillas de maíz, queso fresco y un café que todavía hoy, siento su olor. Eternamente agradecido me despedí de la maestra y de ese caserío tan peculiar que nunca he olvidado. A satisfacción culmine mi viaje; regresando a casa con una nueva visión de la vida. Al pasar de los años, pocas personas he podido encontrar a las que se les pueda leer el alma; ya que prefieren resguardarse en su escudo del yo material dejando a un lado su seguridad espiritual.

Pero a las que me han dado el privilegio de llegarles; han sabido recibir el mensaje; y aún cuando les ha sido difícil de comprender; han sentido lo mismo que yo.

Cuando conoces a una persona que sin hablarte, puede sentir lo que te acontece; y sobre todo te transmite esa fortaleza que distingue a los seguidores de nuestro señor Jehová; no dejes escapar la oportunidad de ver más allá de tus ojos, aprende y deja que te enseñen; un mundo sin luz es un cielo sin estrellas. Un corazón que no siente, es un alma vacía.

Autor:

Jorge E. Arévalo C.

 

 Febrero de 2003

Panamá, República de Panamá

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